21.11.11

en mil y un pedazos

Cuesta creerlo, pero jamás la había visto tan triste. Nunca había sentido cómo su corazón explotaba, cómo resbalaban las lágrimas por sus mejillas, dejando a su paso una huella imborrable, devastando sus recuerdos, atribulando sus sueños.
De sus manos escapaban vaporosos mil y un temblores.
Su estómago apenas respondía y sus músculos se hallaban en tensión contínua.
Y en fugaces momentos, algo brotaba en lo más hondo de su ser: la esperanza.
Pero desaparecía rápida y ágil, deteriorándola un poco más.
Entonces comprendió que todos los actos tienen un precio, 
que los impulsos de poco sirven en el amor. Que el orgullo no hiere, sino que mata. 
Y poco a poco ella entraba en pánico.
Porque nunca ha querido depender.
Porque nunca ha querido querer.

2 comentarios:

Marlene dijo...

Dios, ¿Cómo cojones puedes saber lo que siento? Impresionante la forma en la que lo describes... Nada más que decir.

Ana dijo...

Tia, increible enserio